La vejez es un asunto político
“Pero, ¿qué edad tienes?”, habitualmente me preguntan extrañados como si eso importase, para después continuar con algo así, “y entonces, ¿por qué estás en el activismo de las personas mayores?”. Aunque convivo con ello desde hace años, no me acostumbro. ¿Acaso no se trata de derechos humanos? y yendo más allá,¿acaso no somos ya viejos? Sin duda. Hoy más que ayer pero además, según con quién hables, puedes sorprenderte de pertenecer ya a una etapa injustamente calificada como desdichada.
La desdicha de la vejez viene impuesta, tergiversada y magnificada, fruto de los prejuicios que la asocian como una etapa de perdidas o de inevitable fragilidad, pero también viene de ciertos convencionalismos como los que suponen que sólo los viejos pueden ser los interlocutores validos y los legitimados para entender sus realidades. El resto, ni nos corresponde ni podemos conocer.
Partiendo de todo lo anterior, nace mi posicionamiento simple que contempla la vejez como un destino y el envejecimiento como la travesía que nos hace iguales. No así, lo que ocurre con la vejez y la longevidad, esa de la que tanto oigo hablar y que desde mi punto de vista, peca de excluyente. ¿O acaso llegan las clases empobrecidas? Y, ¿en qué condiciones llegamos cuando lo hacemos los afortunados? Porque, ¿merece la pena hacerlo sin apoyos?
Sigamos hablando de derechos, o mejor dicho de injusticias y sin razones. Como la siguiente donde mientras existen científicos que trabajan empeñados en combatir el envejecimiento, reparando el daño que éste supone, como así aseguran, nosotros los profesionales de la gerontología seguimos sin conseguir una convención internacional sobre los derechos humanos de las personas mayores. ¿No será que acaso las personas mayores ya les queda poco de humanos?
La enajenación o privación de derechos como resultado de la exclusión social está relacionada con múltiples factores y la edad parece la última de las consideraciones y reivindicaciones. Por eso, con este artículo no trataré de convencer a aquellos que presumen de apolíticos, sino de sumar a los políticos, que en otras causas son mayoría pero que en estas concernientes a la edad aún somos, casi insignificantes.
Sólo confío en que el cambio demográfico impulse lo que la academia y las sociedades científicas no han conseguido, para que la vejez y sus derechos estén presentes en la agenda política a nivel global, nacional y local. Eso si, sin que tengamos que recurrir a los clichés de siempre que asocian a la vejez con fragilidad o soledad. No vaya a ser de que de tanto repetirlo los vayamos a reforzar.
La gerontología no puede ser minoritaria ni conformista porque trabajar por dignificar la vejez, es trabajar por una sociedad donde la justicia y la inclusión no sean una utopia, como sí lo son desgraciadamente, hasta ahora.
Artículo publicado en la Revista GERONTE, editada “Por el Gusto de Saber”