El asociacionismo de la discapacidad nos enseña el camino

Francisco Olavarría Ramos
2 min readSep 19, 2023

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De la mano de sus progenitores y en un contexto sin juicio crítico, “bien intencionado”, un niño vive su primer contacto, no consciente, con la experiencia de la discapacidad. Son los años 80, y parece que no hay mejor plan que acudir a la plaza de toros para echarse una risas con los enanos toreros. Todavía es pequeño para entender lo trágico del espectáculo. Desde entonces, las asociaciones de la discapacidad nos han dado muchas lecciones de buena acción política para conseguir derechos y denunciar cualquier burla como la citada, que tiene los días contados en España.

Ese muchacho ahora es un adulto concienciado con el bienestar de sus pares, independiente de la condición que les hace “especiales”. Del estudio y de su propia vivencia profesional con situaciones de discapacidad y dependencia, sumada a cuestiones de índole personal, quiere tener un reconocimiento con la labor de asociaciones de familiares, federaciones autonómicas, organismos nacionales e internacionales, líderes reconocidos y anónimos del activismo que aportan razones contundentes y eliminan barreras de entendimiento, físicas y de todo género, excluyente.

La movilización para lograr estos cambios políticos e institucionales y ejercer presión a favor de la autodeterminación de esta comunidad oprimida, continua su labor discreta y transformadora desde la sociedad civil y para el provecho mayor. La organización de la misma y la misión compartida, han sido la fuerza que han presionado a la clase política para materializar esas reclamaciones. La debilidad creo que reside en la falta de sensibilidad de la mayoría que no quiere identificarse con la causa o reconocerse en su situación de clara desventaja social, económica y legal, por su condición de persona con discapacidad.

Las principales situaciones de discriminación a personas con discapacidad pueden darse en diferentes ámbitos de la vida, como por ejemplo, en el acceso a la educación inclusiva, en las oportunidades para un empleo de calidad, como no tenían las personas con acondroplasia y otras displasias esqueléticas en los espectáculos del toreo bufo, o en el acceso a los servicios, a la información y la comunicación, que limitan esa participación plena con garantías de un trato justo y equitativo.

Según el Instituto Nacional de Estadística de España, en el año 2020 se estimaba que alrededor de 4,6 millones de personas tenían alguna discapacidad en España, lo que representa aproximadamente el 9,8% de la población total del país. Con estos datos me pregunto, cuántos de ellos son socios de una organización que defienda sus derechos o provea de asesoramiento u le ofrezca servicios de todo tipo. Continúo, con lamento, reflexionando sobre cuántas mejoras nos estamos perdiendo si el estigma no fuese la gran debilidad del movimiento.

Con esta reflexión termino, pero no sin antes reconocer y agradecer la contribución de todas las asociaciones de la discapacidad, más o menos grandes, para que el mundo sea más amable, enseñándonos a otros activismos, como el que más implicación tengo, que la labor tranquila, organizada y silenciosa da sus resultados cuando el propósito es justo, como es el que nos mueve desde este medio de comunicación comprometido con la defensa de los derechos de las personas envejecientes.

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Francisco Olavarría Ramos

Licenciado en Marketing y Comunicación. Emprendedor social con formación en gerontología y discapacidad. Autor del manual didáctico ‘El micro-edadismo’